Durante el tiempo de otoño cosechamos la madurez que la tierra nos brinda. Celebrando, agradecemos y atesoramos el fruto de nuestro trabajo previo: preparar la tierra, sembrar y cuidar el cultivo. También aprendemos: a cuidar lo conquistado, a soltar lo que ya cumplió su ciclo y a prepararnos para transitar la introspección invernal.

Festejamos la Pascua con la llegada de la primer luna llena, después del equinoccio de otoño. Rodeados de procesos de muerte y resurrección, recordamos que en cada muerte ya está contenido el germen de una nueva vida.

Se acortan los días y crece entonces la oscuridad. Momento oportuno para que cada uno vigorice con firme voluntad, el calor que lleva en su corazón. Caminando juntos hacia una fogata central, compartimos con otros esta luz interior, representada por nuestro farol, avivada por las canciones y guiada por el mundo espiritual.

En profunda intimidad, cada niño y niña, tiene un momento para caminar hasta el centro de un gran caracol formado de velas encendidas, para encontrarse con su luz en lo más profundo del mismo y así, luego salir a compartirla con los demás.

Cuando llega el equinoccio de primavera celebramos la Fiesta del Coraje y del Valor, inspirada en el Arcángel Miguel.
Sus cualidades de valentía, iniciativa, constancia y coraje, alimentan el alma de niños y niñas a través de la narración de cuentos y del proceso de fabricación de su espada individual. Con esas fuerzas afrontan pruebas de destreza que incluyen los cuatro elementos: agua, tierra, agua y fuego. Enfrentan sus temores más profundos, vivenciando el infinito balance entre luz y oscuridad, adentro y afuera.

Cuando por el poder del sol la vida comienza a brotar, todo lo que la tierra ha acogido en su interior comienza un camino de ascensión, renace hacia la luz. En este sendero se confronta el ser humano con fuerzas creativas. Los niños/as viven en esta Fiesta de la Primavera el entretejer de rondas, canciones y versos, luciendo coronas de flores que nos regala la primavera.